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Ubicados en Canoga Park, California

Somos una iglesia cristiana apostólica comprometida con predicar el evangelio de Jesucristo y servir a nuestra comunidad con amor. Bajo el liderazgo pastoral de el Obispo Felipe Velasco, somos una congregación que cree en el poder transformador de la Palabra de Dios, la adoración genuina y la unidad del cuerpo de Cristo.

Nuestra iglesia es un lugar donde familias, jóvenes y personas de todas las edades encuentran esperanza, restauración y dirección espiritual. Nos reunimos para adorar, aprender y crecer juntos, con el propósito de impactar vidas y extender el Reino de Dios en nuestra ciudad y más allá.

Con servicios vibrantes, ministerios activos y un corazón por las almas, en Templo La Hermosa creemos que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos (Hebreos 13:8), y que cada persona tiene un lugar y un propósito en la casa de Dios.

 

¡Te invitamos a visitarnos y ser parte de lo que Dios está haciendo en Templo La Hermosa!

NUESTRO PASTOR

Obispo Felipe Velasco

Nuestro Pastor Felipe Velasco lidera Templo La Hermosa con la misión clara de ganar almas para Cristo, predicando el evangelio completo con pasión y fidelidad. Su ministerio refleja un corazón comprometido en guiar a las personas hacia una vida transformada por el poder del Espíritu Santo.

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NUESTRO CO- PASTOR

Daniel Gamez

El Co -Pastor Daniel Gamez sirve fielmente junto a nuestro pastor principal, compartiendo la misión de ganar almas para Cristo y edificar la iglesia en la verdad apostólica. Con un corazón humilde y un espíritu de servicio, dedica su vida a predicar, discipular y motivar a la congregación a vivir en santidad y compromiso con la obra del Señor.

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Nuestras Creencias Fundamentales

1. La Palabra de Dios 

Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Efesios 2:20). Desde su fundación, la Asamblea Apostólica ha sostenido firmemente que “nuestro credo, nuestra disciplina, nuestra dirección, nuestro orden y nuestra doctrina se encuentran en la Palabra de Dios”. 

Creemos que la Biblia es la Palabra inspirada por Dios (2 Timoteo 3:16; 2 Pedro 1:20-21), perfecta e inmutable (Salmo 19:7) y que constituye nuestra máxima y definitiva autoridad (Mateo 24:35; Salmo 119:89; Romanos 3:4). Afirmamos que las Sagradas Escrituras, compuestas por los 66 libros canónicos, desde Génesis hasta Apocalipsis, son el canon completo y suficiente para la fe y la práctica cristiana.

Creemos que Dios, en Su soberanía, ha preservado fielmente Su Palabra a lo largo de los siglos para la salvación, enseñanza y edificación de Su iglesia en todo el mundo. “Dios, habiendo hablado muchas veces y de diversas maneras en otro tiempo a los padres por medio de los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo y por quien asimismo hizo el universo” (Hebreos 1:1-2).
 

2. La Iglesia 

Creemos que la Iglesia del Señor Jesucristo es una, universal e indivisible, y está compuesta por todos los hombres, sin distinción de nacionalidad, idioma, raza o costumbre, que han aceptado a nuestro Señor Jesucristo como su Salvador y han sido bautizados en Su Cuerpo por medio del Espíritu Santo (1 Corintios 12:13). Los lazos de una fe común y del amor fraternal unen a los miembros de la Iglesia. La bandera o estandarte de la Iglesia es el Nombre de Jesucristo, bajo cuyo emblema la Iglesia marcha con valentía, como un ejército en desfile (Cantares 6:10). 
 

3. Solo un Dios
Creemos que hay un solo Dios, quien se ha manifestado al mundo de diversas formas a través de las edades. Se ha revelado especialmente como Padre en la creación del universo, como Hijo en la redención de la humanidad, y como Espíritu Santo derramándose en los corazones de los creyentes. 

Este Dios es el Creador de todo lo que existe, ya sea visible o invisible. Es eterno, infinito en poder y santo en Su naturaleza, atributos y propósito. Posee una divinidad absoluta e indivisible. Es infinito en Su inmensidad, inconcebible en Su manera de ser e indescriptible en esencia. Y dado que una mente infinita solo puede ser comprendida por Sí misma, nadie puede conocerle completamente sino Él mismo. No tiene cuerpo ni partes; por lo tanto, está libre de toda limitación. El primer mandamiento de todos es: “Oye, Israel: El Señor nuestro Dios, el Señor uno es” (Marcos 12:29; Deuteronomio 6:4). “Para nosotros, sin embargo, hay un solo Dios…” (1 Corintios 8:6).
 

4. Jesucristo Jesucristo 

Creemos que el Señor Jesucristo nació de manera milagrosa del vientre de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, y que Él es, al mismo tiempo, el único y verdadero Dios (Romanos 9:5; 1 Juan 5:20). El Dios del Antiguo Testamento tomó forma humana (Isaías 60:1-3). “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros…” (Juan 1:14). “E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo y recibido arriba en gloria” (1 Timoteo 3:16). 

Creemos que en Jesucristo se unieron de forma perfecta e incomprensible los atributos divinos de Dios y la naturaleza humana. Él es llamado Hijo del Hombre porque nació de la Virgen María, en cuyo vientre tomó forma de hombre y así adquirió Su naturaleza humana. Es llamado Hijo de Dios porque fue engendrado por el Espíritu Santo y, por lo tanto, participó de la naturaleza divina. Fue humano por medio de María, en cuyo vientre tomó forma de hombre; y fue divino por medio del Espíritu Santo, quien lo engendró en María. Por eso, es llamado Hijo de Dios e Hijo del Hombre. Por lo tanto, creemos que Jesucristo es Dios, “porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9). Creemos también que la Biblia revela todos Sus atributos. Él es el Padre eterno y, al mismo tiempo, el niño que nos ha nacido (Isaías 9:6). 
Él es el Creador de todas las cosas (Colosenses 1:16-17; Isaías 45:18). Es Omnipresente (Juan 3:13; Deuteronomio 4:39). Hizo maravillas como el Dios Todopoderoso (Lucas 5:24-26; Salmos 86:10). Tiene poder sobre los mares (Marcos 4:37-39; Salmos 107:29-30). Es inmutable y siempre el mismo (Hebreos 13:8; Salmos 102:27).
 
5. El Espíritu Santo 
 
Creemos en el bautismo del Espíritu Santo, tal como fue prometido por Dios en el Antiguo Testamento y derramado después de la glorificación de nuestro Señor Jesucristo, quien lo envía (Joel 2:28-29; Juan 7:37-39; 14:16-26; Hechos 2:1-4, 16-18).
Asimismo, creemos que la manifestación de que una persona ha sido bautizada con el Espíritu Santo son las nuevas lenguas o idiomas en las cuales el creyente puede hablar. Esta señal también es válida en nuestro tiempo. 
 
Creemos también que el Espíritu Santo es el poder que nos capacita para testificar de Cristo (Hechos 1:8). El Espíritu Santo nos ayuda a desarrollar un carácter cristiano más agradable a Dios (Gálatas 5:22-25). Ese mismo Espíritu concede dones a los hombres para la edificación de la Iglesia (Romanos 12:6-8; 1 Corintios 12:1-12; Efesios 4:7-13). No creemos que ningún hombre tenga el poder de impartir los dones de Dios, “pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como Él quiere” (1 Corintios 12:11). “Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo” (Efesios 4:7). Todos los miembros de la Asamblea Apostólica deben buscar el Espíritu Santo y esforzarse por vivir constantemente en el Espíritu, como se recomienda en Romanos 8:5-16, Efesios 5:18 y Colosenses 3:5.
 
 
6. El Bautismo en Agua
Creemos en el bautismo en agua, por inmersión, en el Nombre de Jesucristo y que debe ser administrado por un ministro ordenado. El bautismo debe realizarse por inmersión porque solo de esta manera puede representar la muerte del hombre al pecado, asemejándose así a la muerte de Cristo (Romanos 6:1-5). El bautismo debe efectuarse en el Nombre de Jesucristo porque esta fue la práctica de los Apóstoles y ministros que bautizaban durante el periodo inicial de la Iglesia, tal como está registrado en las Sagradas Escrituras (Hechos 2:38; 8:16; 10:48; 19:6; 22:16).
 
 
7. La Cena del Señor
 
Creemos en la práctica literal de la Cena del Señor, la cual Él mismo instituyó (Mateo 26:26-29; Marcos 14:22-25; Lucas 22:15-20; 1 Corintios 11:23-26). Esta ordenanza utiliza pan sin levadura, que representa el cuerpo sin pecado de nuestro Señor Jesucristo, y vino sin fermentar, que representa la sangre de Cristo, con la cual se consumó nuestra redención. 
 
El propósito de esta ceremonia es conmemorar la muerte de nuestro Señor Jesucristo y anunciar el día en que Él volverá al mundo, además de dar testimonio de la comunión que existe entre los creyentes. Ninguna persona debe participar de esta ceremonia si no es miembro fiel de la iglesia o no está en plena comunión; si alguien participa sin cumplir con estos requisitos, no podrá discernir el cuerpo de Cristo (1 Corintios 10:15-17; 11:27-28; 2 Corintios 13:5).
Después de haber participado de la cena con Sus apóstoles, el Señor les lavó los pies, un acto que los sorprendió en ese momento. Al concluir, el Maestro explicó a Sus discípulos el significado de este gesto y les recomendó que se lavasen los pies los unos a los otros. La Iglesia practica este acto, junto con la Cena del Señor o de manera independiente, como una manifestación de humildad y comunión cristiana (1 Timoteo 5:10).
 
 
8. La Resurrección de Cristo 
 
Creemos en la resurrección literal de Jesucristo, la cual tuvo lugar al tercer día después de Su muerte, tal como está registrado en los Evangelios (Mateo 27:60-64; Marcos 16:1-20; Lucas 24:1-12, 36-44; Juan 20:12-20). Esta resurrección había sido anunciada por los profetas (Isaías 53:12) y es necesaria para nuestra esperanza y justificación (1 Corintios 15:20; Romanos 4:25).
 
 
9. LA RESURRECCIÓN DE LOS JUSTOS E INJUSTOS
 
Creemos que habrá una resurrección literal de los muertos en Cristo y que recibirán un cuerpo glorificado y espiritual en el cual vivirán para siempre en la presencia del Señor (Juan 5:29; Hechos 24:15; 1 Tesalonicenses 4:16; Job 19:25-27; Salmos 17:15; 1 Corintios 15:35-54). Los cristianos que estén vivos cuando Cristo venga a recoger a Su Iglesia serán igualmente transformados y llevados a vivir para siempre en gloria en la presencia del Señor (1 Tesalonicenses 4:18; 1 Corintios 15:51-52). 
 
También creemos que habrá una resurrección de los injustos, pero que estos despertarán de los sepulcros únicamente para ser juzgados y oír la dura sentencia que los hará herederos del fuego eterno (Mateo 25:26; Juan 5:29; Apocalipsis 20:12-15; Marcos 9:44; Daniel 12:2).
 
 
10. El Rapto y el Milenio
 
Creemos que la Iglesia, compuesta por los muertos en Cristo y los fieles que estén vivos en la tierra en el momento del Rapto, será levantada para encontrarse con el Señor en el aire y participar en las bodas del Cordero de Dios. 
 
Posteriormente, la Iglesia descenderá con el Señor a la tierra para juzgar a las naciones y reinar con Cristo por mil años. Este período será precedido por la Gran Tribulación y la Batalla de Armagedón, las cuales el Señor pondrá fin al descender sobre el Monte de los Olivos con todos Sus santos (1 Tesalonicenses 4:13-17; 1 Corintios 15:51-54; Filipenses 3:20-21; Isaías 65:17-25; Daniel 7:27; Miqueas 4:1-3; Zacarías 14:1-16; Mateo 5:5; Romanos 11:25-27; Apocalipsis 20:1-5). 
 
 
11. El Juicio Final 
 
Creemos que el Señor ha establecido un día de juicio en el cual participarán todos los hombres que hayan muerto sin Cristo y aquellos que estén vivos sobre la tierra en el momento de su cumplimiento. Este juicio, conocido también como el “Juicio del Gran Trono Blanco”, tendrá lugar al final del Milenio. La Iglesia no será juzgada en esta ocasión, sino que participará en el juicio que se rendirá a todos los hombres, conforme a las cosas que están escritas en los libros que Dios ha preparado.
 
Al final de este juicio, los cielos y la tierra actuales serán renovados por fuego, y los fieles habitarán en la Nueva Jerusalén. La dispensación cristiana habrá llegado a su fin y Dios será todas las cosas en todos (Daniel 7:8-10, 14, 18; 1 Corintios 6:2-3; Romanos 2:16, 14:10; 2 Corintios 5:10; Apocalipsis 20:5-15; 21:1-6).
 
 
12. La Sanidad Divina

Creemos que Dios tiene el poder para sanar todas nuestras enfermedades físicas, si es Su voluntad, y que la sanidad divina es resultado del sacrificio de Cristo, pues Él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores (Isaías 53:4). La sanidad del cuerpo se manifiesta a través de la combinación de la fe del creyente y el poder que hay en el Nombre de Jesucristo, cuyo Nombre es invocado al orar por los enfermos. El Señor Jesucristo prometió que los que creyeran en Su Nombre impondrían las manos sobre los enfermos y estos sanarían (Marcos 16:18). Los enfermos deben ser ungidos con aceite en el Nombre de Jesucristo por ministros ordenados, para que el Señor cumpla Sus promesas (Juan 14:13; Salmos 103:1-4; Lucas 9:1-3; 1 Corintios 12:9; Santiago 5:14-16).
 
Creemos que la sanidad divina se obtiene por la fe. Si, en alguna ocasión, un hermano necesita someterse a la atención y tratamiento de la ciencia médica, no debe ser criticado por los demás miembros de la iglesia, quienes deben reflexionar y considerarse a sí mismos, para no ser condenados por aquello que ellos mismos aprueban (Romanos 14:22). Recomendamos que todos los miembros y ministros de nuestra Iglesia se abstengan de realizar críticas indebidas contra la ciencia médica, cuyos avances no pueden negarse y provienen de la capacidad que Dios ha dado al hombre para descubrir los secretos del funcionamiento del organismo humano. Asimismo, aconsejamos no oponerse a las campañas gubernamentales de higiene, vacunación y limpieza; por el contrario, recomendamos que se coopere decididamente en estas campañas en la medida de lo posible.
 
 
13. Santidad 
 
Creemos que todos los miembros del Cuerpo de Cristo deben ser santos; es decir, apartados del pecado y consagrados para el servicio del Señor. Por esta razón, deben abstenerse de toda práctica, entretenimiento y contaminación de carne y espíritu (Levítico 19:2; 2 Corintios 7:1; Efesios 5:26-27; 1 Tesalonicenses 4:3-4; 2 Timoteo 2:21; Hebreos 12:14; 1 Pedro 1:16). 
Sin embargo, en la práctica de la santidad creemos que se deben evitar los extremos, el ascetismo y las privaciones que aparentan sabiduría en culto propio, falsa humildad y rigor innecesario sobre el cuerpo, ya que todo esto es solo sombra de lo por venir, pero el cuerpo pertenece a Cristo (Colosenses 2:17, 23). Con respecto a los alimentos, reconocemos que “toda criatura de Dios es buena, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias” (1 Timoteo 4:4).
 
 
14. Matrimonio 
Creemos que el matrimonio es sagrado, ya que fue instituido desde el principio, y es honroso entre todos los hombres (Génesis 2:21-24; Mateo 19:1-5; Hebreos 13:4). Los matrimonios deben verificarse conforme a las leyes de los respectivos países y, posteriormente, ser solemnizados en la iglesia de acuerdo con las prácticas aprobadas. Las parejas que no hayan legalizado su unión y deseen ser bautizadas deberán primero cumplir con los requisitos establecidos por las leyes civiles. 
 
Creemos que cuando una pareja se une en matrimonio, debe permanecer unida mientras ambos vivan. Cuando uno de los dos fallece, el otro queda en libertad para volver a casarse, y no comete pecado si lo hace en el Señor (Romanos 7:1-3; 1 Corintios 7:39). 
Asimismo, creemos que los matrimonios deben celebrarse únicamente entre miembros fieles de la iglesia. Ningún ministro deberá celebrar una ceremonia matrimonial entre un miembro de la iglesia y un incrédulo. Los miembros de la iglesia que estén en plena comunión y contraigan matrimonio con incrédulos serán juzgados por sus pastores.
 
 
 
15. IGLESIA Y ESTADO 
 
Creemos en la separación entre la Iglesia y el Estado, y que ninguno debe intervenir en los asuntos internos del otro, cumpliendo así el precepto bíblico: “Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Marcos 12:17). Los cristianos deben participar en las actividades civiles de acuerdo con sus capacidades e inclinaciones políticas, siempre reflejando sus propias ideas y opiniones personales, y no las de la Iglesia. La Asamblea Apostólica se mantiene siempre neutral y ofrece espacio para hombres de todos los credos políticos. No obstante, todos los cristianos deben obedecer a las autoridades civiles y las leyes y ordenanzas que estas establezcan, a menos que dichas leyes contradigan los principios religiosos o fuercen a los cristianos a actuar en contra de su conciencia (Romanos 13:1-7).
 
 
16. SERVICIO MILITAR 
 
La Asamblea Apostólica reconoce al gobierno humano como instituido por Dios (Romanos 13:1-2). Por lo tanto, la Asamblea Apostólica exhorta a sus miembros a afirmar su lealtad hacia su país. Como discípulos de nuestro Señor Jesucristo, los cristianos deben obedecer Sus preceptos y mandamientos, tal como se establece: “Pero yo os digo: No resistáis al que es malo” (Mateo 5:39). “Seguid la paz con todos” (Hebreos 12:14). (Véase también Romanos 12:19; Mateo 26:52; Santiago 5:6; Apocalipsis 13:10). A la luz de estas Escrituras, se cree e interpreta que los seguidores de nuestro Señor Jesucristo no deben destruir la propiedad ajena ni quitar la vida de otra persona. 
 
Se considera pecado participar en actos contrarios a los recomendados por la Santa Palabra de Dios, después de haber recibido el conocimiento de la verdad y de haber sido hechos nuevas criaturas en Cristo Jesús (2 Corintios 5:17; Hebreos 6:4-9; 10:26-27).
Por lo tanto, se aconseja a todos los miembros que sigan su conciencia al servir libremente a su país, ya sea en tiempo de paz o de guerra, y en cualquier función, por difícil o peligrosa que sea, siempre y cuando sea de carácter no combatiente.
 
La doctrina nos enseña a orar para que siempre tengamos hombres de Dios en posiciones de autoridad, y nos instruye a orar por ellos para que reciban guía divina, de modo que como nación podamos evitar la guerra y vivir continuamente en honor y paz (1 Timoteo 2:1-3).
 
 
17. PECADO DE MUERTE 
 
Creemos, a la luz de la Palabra de Dios, que existe un pecado de muerte y que, si este pecado es cometido en los términos expresados en la Biblia, se pierde el derecho a la salvación (Mateo 12:31-32; Romanos 6:23; Hebreos 10:26-27; 1 Juan 5:16-17). Por lo tanto, recomendamos que los fieles se abstengan de escuchar doctrinas que prometen seguridad eterna al cristiano sin importar su conducta, así como la idea de que “una vez salvo, siempre salvo.” La Biblia enseña que es posible ser reprobado y que debemos permanecer fieles hasta el fin (Romanos 2:6-10; 1 Corintios 9:26-27).
 
 
18. SISTEMA ECONÓMICO DE LA IGLESIA 

Creemos que el sistema que la Biblia nos enseña para obtener los fondos necesarios para llevar a cabo la obra del Señor es el de los diezmos y las ofrendas, y que este sistema debe ser practicado tanto por los ministros como por los creyentes (Génesis 28:22; Malaquías 3:10; Mateo 23:23; Lucas 6:38; Hechos 11:27, 30; 1 Corintios 9:3-14, 16:1-2; 2 Corintios 8:1-16; 9:6-12; 11:7-9; 1 Timoteo 5:17-18; 6:17-19; Gálatas 6:6-10; Filipenses 4:10-12, 15-19; Hebreos 13:16). 
Reconociendo que la obra del Señor no es únicamente espiritual, sino también de carácter material, creemos que es necesario regular la adquisición y distribución de los fondos para atender las necesidades materiales de la obra.
 
 
19. EL CUERPO MINISTERIAL

Creemos que el ministerio es un llamado de Dios y que el Espíritu Santo confiere a cada ministro la facultad de servir a la iglesia en distintas capacidades y con diversos dones, cuyas manifestaciones son todas para la edificación del Cuerpo de Cristo (Romanos 12:6-8; 1 Corintios 12:5-11; Efesios 4:11-12). 
Creemos que el llamado al ministerio es de origen divino y que la Palabra de Dios contiene suficiente enseñanza respecto a los requisitos que debe cumplir la persona que ha de servir en el ministerio. Por lo tanto, los gobiernos eclesiásticos debidamente organizados son responsables de examinar a los candidatos al ministerio para determinar si deben ser aprobados y qué tareas se les asignarán (Hechos 1:23-26; 6:1-3; 1 Timoteo 3:1-10; 4:14; 5:22; Tito 1:5-9). 
Creemos también que el Espíritu Santo utiliza al ministro de diversas maneras, de acuerdo con las necesidades de la obra del Señor y con la capacidad y disposición personal de cada ministro. Nadie puede ser colocado en una posición más alta de la que sea digno (1 Timoteo 3:13; Romanos 12:3). Creemos que el obispado es el más alto cargo dentro del ministerio. Por lo tanto, los obispos deben recibir especial respeto y consideración, pero sin menoscabo de aquellos que ocupan cargos de menor responsabilidad.

"Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos." — Salmos 122:1

 

 

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